martes, 28 de marzo de 2017

Almas desnudas: el amor en escena

El amor es una de las pasiones más universales (qué parte del concepto es una aportación cultural y cuál una pulsión sincera del animal que habitamos, es otro cantar) del ser humano. Y por ello, uno de los temas recurrentes del arte, tanto plástico como escénico, o de cualquier otro tipo.

Para la actriz (os recuerdo mi política estilística de lenguaje inclusivo) , el amor en escena es un reto complejo. Enamorarse en escena, o desenamorarse, o cualquie otro hito del ciclo amoroso llevado a las tablas o la pantalla implica un desnudo integral en lo emocional.

De todas las emociones, conflictos y situaciones que un texto podría tratar, los encuentros eróticos exigen compartir en público impulsos, deseos y aún costumbres reservadas para la intimidad, momentos mágicos que, por su propia naturaleza, nacieron para ser compartidos con personas concretas y muy elegidas. Mostrarse enamorado es mostrarse vulnerable, entregado y rendido, o peleón o agresivo o envidioso o celoso o un montón de aspectos más que la sociedad cataloga como miserias humanas, defectos de fábrica que al parecer deberían ser escondidos por el bien del individuo y quiénes le rodean.

Superar esa barrera es difícil para las actrices y casi imposible para los actores (aquí radica, en mi experiencia, una de las diferencias de sexo que aún pueden observarse entre intérpretes, aunque poco a poco y a medida que la sociedad avanza, demasiado despacio, hacia la igualdad, va disminuyendo).

Tratar el amor en escena es desnudar algo más íntimo que el cuerpo (si la escena es, digamos, física, puede incluír también la exhibición de las zonas socialmente marcadas como invisibles) y exige un sacrificio terrible, que lleva a muchos intérpretes a vivir estas experiencias con miedo y aún con desagrado. Para una actriz que trabaja desde el interior, que construye sus personajes desde su yo y sus emociones reales, para la que por tanto el personaje no es tanto una máscara como una parte de sí misma que se atreve a exponer, el precio del arte es alto.

Aún suponiendo que se esté dispuesto a pagar ese precio, las dificultades no acabarán ahí. Incluso cuando alguien se abre por completo y decide mostrarse desnudo (corito, diría Valle-Inclán), tendrá que buscar en la escucha escénica un enganche tremendamente complicado: si odiar a tu compañero con verdad es difícil, si encontrar en el otro algo que despierte el impulso de atacarle exige un esfuerzo terrible del alma y la mente, la exigencia de encontrar algo que amar o desear es aún más complejo.

El actor que encarna a un personaje que ama necesita aprender a amar a su partenaire, saltando por encima de sus gustos y preferencias (y aún afinidades personales) así como patrones de elección (hombres, mujeres, flacos, rubias...) para aprender a encontrar en quien comparte escenario con él,  lo que le sea necesario para despertar el amor, una emoción proverbial por su capricho, por su difícil manejo. Las personas normales (los no actores, muggles, los llamamos en la escuela Dinámica Teatral) luchan toda su vida (con poco éxito) por amar a quien les convendría, así como para no amar a quiénes no les convendría hacerlo. Los actores necesitamos desarrollar esa habilidad inhumana para entrenar a nuestros corazones en la "obediencia debida". Y es un poquito difícil.

Cierto que trabajamos con otros actores y actrices, gentes de almas bella en muchos casos, en los que no es tan difícil encontrar lo amable, lo que en cada uno consiga despertar la magia. Para eso, es necesario que cada cuál se conozca a la perfeccón, y sepa cuáles son sus gatillos: una mirada, una boca, un culo, un talento, una voz, una sonrisa, un momento de agresividad. La gama es infinita, tan grande como el número de personas que lo intentan.

Otro día hablaré de sexo en escena y sus dificultades. En contra de lo que los muggles podrían pensar ;-) es un aspecto más sencillo. Aunque la vergüenza que se sienta y el trabajo contra los complejos y trabas pueda ser similar, desnudar el cuerpo es, para la mayoría, mucho más fácil que desnudar el alma.

Releo mi post y me escucho pesimista con este tema, creo que es porque he olvidado decir algo muy importante: tratar el amor en escena es, también, maravilloso y mágico. Divertido. Excitante. Superadas las inhibiciones, ensayar y mostrar el amor y el desamor, enamorarse y desenamorarse una y otra vez y otra vez es, además de esforzado y agotador, una experiencia inolvidable que constituye uno de los mayores placeres que pueden vivirse en escena (y fuera de escena). Así que no dejéis que la dificultad os asuste. Nadie está seguro en casa. Y a jugar.

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